Puede ser que existan multitud de acciones que podamos realizar para obtener un buen rendimiento en el trabajo, pero, con casi toda seguridad, se podrán clasificar en dos apartados: la gestión de personas y la gestión de trabajos (en realidad seguramente que exista una tercera a modo de cajón de sastre, en el que vuelquen todas aquellas acciones que no sabemos como quedan clasificadas). Os comento que es para mí, en esta entrada, la gestión de trabajos:
Gestión de trabajos. Otra vez por la mañana…, suena el despertador y consigo llegar a la ducha mientras apenas consigo entreabrir los ojos, ¡dichosa luz!. Empieza otra semana en la oficina, y esta es especial, ¡empiezo un nuevo proyecto! Lo digo con emoción, pero también con el respeto que da el afrontar algo nuevo que realmente sabes que no sabes. Lo primero me siento en mi sitio ante una hoja en blanco y con la descripción de lo que tengo que hacer: los objetivos del proyecto. Después de una, dos y hasta tres lecturas (malditos acrónimos) voy comprendiendo todo mi trabajo, me marco una lista de las cosas que tengo que hacer (puntos de control) y las ordeno cronológicamente, las entiendo, y comprendo que unas son necesarias para ejecutar las otras, ¡tiene sentido! Compruebo las fechas de entrega, pero, ¿tengo equipo?, por ahora no, pero intento ver que recursos son necesarios; a mano hago un encaje para cuadrar los objetivos de tiempo del proyecto con una posible planificación, defino tareas y las etiqueto (intento buscar que se necesita para hacer cada una, conocimientos, logística,…). Se acaba el día, me voy a casa, descanso y salgo de juerga con mis amigos a sitios de moda. El día siguiente sigo definiendo la gestión de mi trabajo, veo que dependo de terceras personas para conseguir información, preparo una petición, pero me da la hora de salir; corro a casa, ¡tengo fiesta! Llega el viernes y tengo muy avanzado la gestión inicial, trabajo bien hecho, me voy de fin de semana.
Gestión de trabajos. Otra vez por la mañana…, suena el despertador y consigo llegar a la ducha mientras apenas consigo entreabrir los ojos, ¡dichosa luz!. Empieza otra semana en la oficina, y esta es especial, ¡empiezo un nuevo proyecto! Lo digo con emoción, pero también con el respeto que da el afrontar algo nuevo que realmente sabes que no sabes. Lo primero me siento en mi sitio ante una hoja en blanco y con la descripción de lo que tengo que hacer: los objetivos del proyecto. Después de una, dos y hasta tres lecturas (malditos acrónimos) voy comprendiendo todo mi trabajo, me marco una lista de las cosas que tengo que hacer (puntos de control) y las ordeno cronológicamente, las entiendo, y comprendo que unas son necesarias para ejecutar las otras, ¡tiene sentido! Compruebo las fechas de entrega, pero, ¿tengo equipo?, por ahora no, pero intento ver que recursos son necesarios; a mano hago un encaje para cuadrar los objetivos de tiempo del proyecto con una posible planificación, defino tareas y las etiqueto (intento buscar que se necesita para hacer cada una, conocimientos, logística,…). Se acaba el día, me voy a casa, descanso y salgo de juerga con mis amigos a sitios de moda. El día siguiente sigo definiendo la gestión de mi trabajo, veo que dependo de terceras personas para conseguir información, preparo una petición, pero me da la hora de salir; corro a casa, ¡tengo fiesta! Llega el viernes y tengo muy avanzado la gestión inicial, trabajo bien hecho, me voy de fin de semana.
2 comentarios:
Qué fácil parece dicho así... qué difícil me resulta: yo necesito ir pasito a pasito para ir viendo el camino, me cuesta mucho verlo de forma global desde un principio. Incluso cuando es un trabajo parecido, pero no igual, a otro ya realizado.
Eres un pringao
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